Cada movimiento político, estético, artístico o de cualquier tipo, lleva un sello que lo identifica. Me considero anarquista y humanista y libertario, y para ello no había símbolo que lo representara. Es por ello que repensando el símbolo del anarquismo (lo más cercano a mis convicciones), fuí transformando la "A" en una "H". ¿Por qué? Si le prestamos atención al símbolo, vemos que la "A" tiene el extremo superior "cerrado" y sólo abierto el extremo inferior; esto me generó dos ideas distintas pero complementarias, en primer lugar, me da la noción de "pirámide", es decir, que el punto de encuentro superior "lidera" el abierto extremo inferior, se ve pronto una especie de "jerarquía" que a simple vista salta del símbolo; y en segundo lugar, si un extremo está cerrado significa que no "escucha" las voces que llegan de "todas" las direcciones, pues el extremo superior está "sordo". Por ello, lo único que atiné a hacer fue abrir el extremo superior, para que se escuchen todas las voces y para romper con el sistema jerarquizado que se notaba a simple vista. Finalmente, la "H" que quedó, coincide con las siglas del movimiento que propongo: "Humanismo Cooperativista Libertario (Hu.Co.L.)". Entiendo que el símbolo es lo de menos, pero me resulta feliz poder transmitir el proceso interno que me llevó a transformar la vieja "A" anarquista a la nueva "H" hucolista; fue simplemente un juego visual, pero que tiene sus raíces ideológicas.

martes, 24 de mayo de 2011

Trabajo y labor
            “El trabajo dignifica”, hemos escuchado por ahí, en algún momento de nuestra historia; y nos hemos quedado con esa frase repitiéndose como un eco en nuestra cabeza hasta que se trans-formó en una verdad universal.
            “Si el trabajo fuera algo bueno, no tendrían que pagarte para hacerlo”, también hemos escu-chado por ahí a modo de burla o himno de los haraganes.
            Ni una frase ni la otra, esta vez quisiera ir un poco más allá y desmenuzar los conceptos de “trabajar” y “laborar” que muchas veces son to-mados como sinónimos, cuando en realidad tienen sustanciales diferencias y muchas de ellas apoyan la teoría que expongo.
            En primer lugar veamos qué dicen los diccionarios respecto a ambos términos. Por un lado, el concepto  “trabajar”, en su acepción más general, es “realizar un esfuerzo físico o intelectual en una determinada actividad”. Por otro lado, “laborar”, en su acepción más general, es “realizar esfuerzos para conseguir alguna cosa”. Como se puede ver, ambas acepciones parecen idénticas, casi podríamos tomarlas como sinónimos (de hecho muchos lo hacen). Sin embargo, como primera observación, ninguna de las dos habla de que dicho “esfuerzo” debe ser remunerado, es decir, que aquel que trabaja o labora no recibe nada a cambio de su esfuerzo. Una segunda observación nos lleva a asegurar que ambas acepciones no dejan ninguna duda que tanto el trabajo como la labor, implican un “esfuerzo”. Por último, y esta es la diferencia que quisiera destacar, la labor dirige el esfuerzo “para conseguir algo”, mientras que en el caso del trabajo, el esfuerzo está enmarcado “en una determinada actividad”, pero nada dice de los fines para los cuales una persona se esfuerza. A simple vista podemos atribuir dicha diferencia a un error tipográfico o un menosprecio histórico respecto de uno de los dos conceptos. Sin embar-go, yo creo que la diferencia existe y puede justi-ficarse.
            Mucho antes de la modernidad, el hombre laboraba en comunidades autónomas, bajo el dominio del rey de turno, sin la urgente necesidad de percibir retribuciones monetarias a cambio; todo era trueque o labores conjuntas “para con-seguir algo” necesario, tanto para el individuo como para la comunidad. Con la llegada de la primer moneda acuñada en sal (elemento más preciado que el oro en esa época), las comuni-dades se vieron obligadas a poner un precio a su mercadería para poder comercializarlas; y, por supuesto, comenzaron a aparecer las inequida-des: aquel que tenía más monedas era levemente superior o tenía cierto grado de poder respecto de su anterior semejante; y por el contrario, aquel que no disponía de monedas no podía pagar su almuerzo, ni mucho menos mantener a su familia. De a poco se fueron estableciendo las clases sociales propiciadas por la especulación, el intercambio deshonesto de mercadería y la imposición de precios a todo lo que estaba quieto o se movía (incluido el hombre mismo). Con el arribo de la moneda como elemento de inter-cambio económico, el ser comunitario fue disol-viéndose en capas o estratos sociales, según el poder económico de cada una. Por supuesto, esto resintió no sólo el aspecto económico, sino el social (como ya hemos visto) y el político. Pues sí, aquellos opulentos mercaderes que disponían de un poderoso poder económico (hubieron familias que disponían más dinero que el propio rey o monarca), influían en las decisiones políticas, económicas y sociales que tomaba el rey, a cambio de grandes empréstitos de dinero para que el monarca emprenda los planes progra-mados. Un claro ejemplo de lo que expongo fueron las cruzadas, la poderosa iglesia católica disponía de tanto dinero como varios reinos juntos, por ello tenían tanta influencia en las decisiones que se han tomado, por tanto podían “obligar” a los monarcas a emprender locuras como aquella que he mencionado, en nombre de su propio beneficio.
Con el correr del tiempo, la labor comunitaria para la obtención de algo útil, se fue transformando en un esfuerzo destinado a una determinada actividad. La Modernidad no hizo más que ponerle el moño al paquete, es decir, que se fue diluyendo poco a poco, el esfuerzo destinado a la obtención de algo, en un esfuerzo inútil que se esfumaba en la gran maquinaria burocrática, mercantilista y opresora. El hombre comenzó a “trabajar”, es decir, comenzó a ver que su propio esfuerzo poco tenía que ver con el rendimiento económico que veía al final de la jornada. Las brechas entre las clases sociales fueron aumentando día a día y los abusos laborales eran el pan cotidiano. Los ricos eran cada vez más ricos y los pobres eran cada vez más pobres. Por ello digo que la humanidad ha involucionado en términos económicos, sociales y culturales, pues cientos de años han pasado y hoy mismo podemos ver que nada ha cambiado. Un libre comercio bien entendido pero llevado a la práctica maliciosamente ha conducido a la gran masa de gente que antes laboraba y ahora trabajaba, a la más triste de las miserias, me refiero a aquella en donde se pierde hasta la dignidad.

viernes, 29 de abril de 2011

Qué es una “célula cooperativa”
            A esta altura es necesario aclarar qué es un “grupo comunitario” y qué es una “célula coope-rativa”. Un grupo comunitario es un conjunto de células cooperativas que comparten la misma cultura, la misma historia, los mismos objetivos generales. Una célula cooperativa puede ser tan chica o tan grande según las necesidades socio-económicas de cada una; cada célula tiene un único objetivo en común, por ejemplo, la cría de ovejas, o la producción de miel, o la fabricación de ladrillos, etc., y es independiente de las demás células, es decir, no tiene que rendirle cuentas a nadie salvo a sí misma. Cada célula interactúa con las otras social o económicamente (cultural-mente no porque ya vimos que cada grupo co-munitario se define por su cultura), logrando que el grupo comunitario sea autosuficiente.
            Una célula cooperativista es el mínimo grupo de seres humanos que persiguen un único objetivo en común y que se interrelaciona con otras células social y económicamente para beneficio de todos los integrantes de la células intervinientes.

viernes, 25 de marzo de 2011

¿POR QUÉ “COOPERATIVISTA”?
            Ríos de tinta han corrido invocando la palabra “cooperativa”. Leyes y más leyes la encuadran, la limitan, la protegen (o dicen protegerla), la definen, la nombran. Inclusive las mismas cooperativas (mejor dicho, aquellas instituciones que se hacen llamar cooperativas) tienen kilos de papeles en donde se dictan los “estatutos” que deben observar los socios para ser incluidos dentro de la cooperativa. No obstante, es el mejor de todos los males tal como se la conoce hoy. El concepto de cooperativa ha involucionado y me creo en el deber de reivindi-carla.
            La cooperativa no siempre fue tal como se describe en el párrafo anterior. Es más, hoy están funcionando miles de pequeñas cooperativas ba-jo el concepto más puro del término.
            La acción cooperativista se la debemos a la ola inmigratoria de italiano, españoles y demás, que han venido a poblar nuestro suelo, a prin-cipios del siglo pasado, huyendo de la guerra y la miseria de Europa. Estos inmigrantes se encontra-ron solos y con otra lengua, con una tierra vasta, inhóspita y virgen que pronto pusieron a producir. Pero no lo hicieron individualmente, es decir, cada uno por su lado, sino que las familias se ayudaban mutuamente formando verdaderas comunidades de italianos, o españoles, o alemanes, etc., que iban de casa en casa levantando graneros, cultivando, cosechando, faenando, o prestando ayuda desinteresada a aquella familia de su comunidad que lo necesitara. Claro, en ese momento no se dieron cuenta que estaban formando verdaderas comunidades cooperativas, simplemente iban todos en ayuda del vecino que los necesitara. Nada de estatutos ni de leyes, se movían naturalmente porque era la “acción” lo que primaba. Es decir, en su sentido más puro, cooperativa significa acción directa, sin preámbu-los ni leyes, ni estatutos, si hay que hacer algo, se hace y punto, en ese momento no importaba si era socio o no, si tenía las cuotas al día, si formaba parte de la comisión directiva, si tenía influencias, no, nada de eso, acción lo que primaba era la acción; si alguien de la comunidad tenía una necesidad que cubrir, el resto le daba una mano sin la necesidad de leer primero los “estatutos”. El cooperativismo era algo natural, tan natural que no tenía nombre, sólo la necesidad de ser.
            En la actualidad, las comunidades que se han formado de modo cooperativista tienen que su estamento en el plano únicamente laboral; y no está mal, todo lo contrario, los obreros debieron cambiar de pronto y por necesidad su forma de ver al mundo para adecuarse a una forma de trabajo más solidario y cooperativista si querían conservar sus puestos de trabajo. Algo está cambiando, lo sé, son cada vez más las células cooperativistas que están naciendo y creciendo para hacerle frente a un sistema despótico, opresivo y parcial que los hundiría irremediable-mente sino fuera por la “acción” de tomar la fábrica, la empresa o lo que fuera.
            Lo que intento decir es que está impreso en el germen humano el ser cooperativo, pues cuan-do el ser humano se siente amenazado, recurre naturalmente, al grupo de pertenencia y, natural-mente también, el grupo acude a su ayuda.

domingo, 20 de febrero de 2011

¿Democracia?

            Algo de esto ya se dejó entrever en el apartado anterior. La mayoría de gente que habita el planeta es consciente de que no estamos bien, en realidad estamos muy mal. Por acción u omisión, la culpa es sólo nuestra, de nadie más. Todos somos culpables del estado en el que nos encontramos: millones de años de evolución y aún seguimos en guerra por un pedazo de tierra o por intolerancia religiosa, o por beligerancia política, o por opresión social. Tene-mos que hacernos cargo, debemos hacernos cargo. Tenemos que “revolucionar” el estado de situación para que ésta sea más equitativa, más tolerante, menos beligerante, menos opresora. Y cuando hablo de “revolucionar” no me refiero a la lucha armada por las calles entre dos bandos de unos pocos para el mal de muchos inocentes, nada más alejado que esto. Las luchas sociales, a lo largo de nuestra historia, sólo nos han deparado sufrimiento y pobreza, sangre y dolor, hambre y desesperación, no sólo de los que luchaban persiguiendo un ideal, sino además, de la mayoría de inocentes que no compartían tanta violencia inútil. Las revoluciones armadas nos han demostrado que al poder nunca se lo derroca, sólo cambia de mano: si antes teníamos una tiranía de derecha, luego de la revolución, se convertía en otra tiranía, pero esta vez de izquierda; y en el medio, el hambre del pueblo.
            La revolución en la que creo y, por supuesto, propongo es una revolución interior en cada uno de nosotros; un cambio radical de pensamiento para beneficio de todos; un ajuste de tuercas flojas en nuestro cerebro; un cambio que tiene que ver primero con una búsqueda interior (lo mencionamos en el apartado anterior) hacia nuestro propio yo para conocer límites, defectos y virtudes, y en segundo lugar, una toma de conciencia efectiva sobre el estado de cosas para invertirlas radicalmente dejando al poder de lado, pues mientras haya un poder de turno jamás podremos revolucionar si no es con sangre.
            Debemos ser conscientes que tenemos que cambiar, en primer lugar, cada uno de nosotros, para que, por efecto multiplicador, cambie la manera de ver el mundo el resto de la humanidad. Creo firmemente que la única revolución posible, pacífica y efectiva es la revolución interna de cada ser humano.
Empezar a ver al mundo desde otro punto de vista del que nos proponen; caer en la cuenta de que no hay sólo tres o cuatro colores políticos, si no que tenemos infinitos cromas para elegir; darnos por enterados que no hay sólo una puerta; convencernos de que no hay un solo sendero, si no que son varios los caminos que podemos elegir; entender que “elegir” es palabra que nos puede salvar momentáneamente; estas son algunas de las opciones que tenemos para comenzar el cambio positivo hacia algo mejor de lo que estamos viviendo.
Por ejemplo, desde chicos nos han inculca-do que la democracia es el mejor estado político para que una nación cualquiera se sienta verda-deramente libre; a medida que íbamos creciendo nos bombardeaban hasta el hartazgo, desde todos los medios de difusión, con candidatos para un cargo determinado por el cual debíamos votar; por la instauración de la democracia, allí donde se gobernaba con otro régimen político, hemos debido soportar sangrientas batallas iniciadas y promulgadas por los paladines de la democracia occidental, cuando en realidad eran otros los fines que perseguían; se han creado instituciones y sistemas burocráticos y paquidér-micos en nombre de una democracia ficticia, ya que sólo se beneficiaban los que estaban en lo más alto de la pirámide, mientras que la mayoría de las bases sufrían el peso de todo el sistema; en fin, se habla mucho sobre la democracia, pero, a mi entender, muy poco se hace para satisfacerla. La democracia no escapa a las características de cualquier otro sistema político (oligarquía, monarquía, tiranía, comunismo, etc.), pues requiere de una cúpula de hombre que deciden por el resto, en el caso de la democracia nos hacen creer que los que deciden los elegimos nosotros, y nunca he visto mentira más vergonzosa. En honor a la verdad, se sigue eligiendo la democracia porque es el mal menor, pero hasta donde yo sé, nadie se ha puesto aún a trabajar en un sistema político que proponga metas, objetivos y formas radicalmente distintas a las que propone la democracia. ¿Será porque a los que llevan las riendas de este mundo no les conviene? ¿Será porque la mayoría está cómo-da? ¿Será porque se tiene terror al cambio? Lo cierto es que la democracia, tal como se maneja en estos días, sólo sirve para engañar al pueblo y someterlo al poder de turno (llámese gobernantes de turno, hombres como nosotros, teóricamente elegidos por nosotros para nuestro bienestar).
Es cierto, la democracia tiene muchas más virtudes que el resto de los otros regímenes de gobierno, pero a mi entender no ha evolucio-nado, es decir, la democracia fue un sistema político excelente en la cultura griega hace más de 2500 años, pero no podemos pretender trasplantarla a nuestros días tal como se llevaba a cabo en la Grecia Antigua. En función de eso, lo único que se les ha ocurrido a los genios políticos modernos es el sistema de votación a los candidatos que nos proponen obligatoriamente. ¿Y si no estoy de acuerdo con la plataforma política que propone cada candidato? ¿Y si tenemos la certeza que todos los candidatos que nos proponen sólo buscan el poder por el poder mismo? ¿Y si después de haber votado al mejor de los peores, éste nos somete a los antojos de una multitud de funcionarios públicos que no hemos votado pero que son, en definitiva, los que manejan nuestras vidas?
De la misma manera que llegado su momento se han abolido la oligarquía o la monar-quía por considerarlas como mínimo injustas, creo que ha llegado el momento de abolir a la democracia por las mismas razones. Los sistemas políticos deben evolucionar en paralelo con la evolución social y económica de un pueblo o de una cultura determinada. Son las clases sociales, de acuerdo a su contexto socio-económico, las que deberían proponer el más acertado sistema político para que el pueblo prospere y parte de su cultura no se disuelva en un laberinto de indecisio-nes y leyes inútiles.
En relación con lo dicho, tenemos innume-rables ejemplos (desde lo micro) de empresas que son, no sólo autosuficientes, si no que además, prosperan día a día, utilizando un sistema de organización que nada tiene que ver con la democracia. Funcionan cómo células cooperati-vistas, en donde todos los operarios ganan lo mismo y el reparto de tareas y funciones sólo es cubierto por los más aptos según el contexto socio-económico que los contiene. Ahora bien, si una empresa puede funcionar, evolucionar y prosperar, ¿por qué no podemos hablar en términos macro y llevarlos a nivel nacional? ¿Es tan descabellado pensar en la posibilidad de que un país, nación, pueblo, o como quiera llamarse, se defina como un conjunto de células cooperativistas autosuficientes que se interrelacio-nan entre sí para intercambios comerciales, culturales, sociales, etc.? ¿Es de otro planeta pensar en la posibilidad de que las tareas y funciones de cada célula se vayan rotando según los agentes externos que la afectan o benefician?
No obstante, y volviendo al tema central del apartado, debemos empezar a ver al mundo de otra manera (pues lo venimos mirando mal desde hace rato); debemos empezar a pensar en la posibilidad de un cambio radical y que dicho cambio provocará, en sus comienzos, una crisis que se debe superar para ver los fantásticos resultados finales; debemos empezar a cambiar nuestra anticuada manera de pensar la sociedad y la economía y creer que existen otras variables que podemos controlar sin la necesidad de que vengan como una imposición de un poder supe-rior; debemos estar completamente convencidos de cada individuo que cambia es un paso hacia adelante a nivel grupal; debemos convencernos de que no importa en dónde estemos dentro de la escala social o laboral, siempre podemos cambiar y realizar algo, por más pequeño que sea, en beneficio del grupo.
Cuando tengamos la plena conciencia de un verdadero cambio en nosotros, vamos a estar en condiciones de ver un cambio (quizás peque-ño, pero hacia adelante) en el grupo. Y como en todos los cambios grupales, se efectivizará un efecto multiplicador en los otros grupos que de-sembocará en un poderoso cambio social de todo un pueblo, nación, país, o como quiera lla-mársele.
Para terminar, no se propone una sangrienta revolución para que el poder pase de una mano a la otra, sino en una revolución interna que nos permita encontrarnos con nosotros mismos para poder ayudar a los demás y, a la vez, actuar como elemento multiplicador de cambio hasta formar una comunidad autosuficiente y cooperati-va, por pequeña que ésta sea.

jueves, 10 de febrero de 2011

"Conócete a tí mismo"

“Conócete a ti mismo”
            Esta es otra de las sentencias que debería observar un ser comunitario. Es imprescindible conocerse a sí mismo para empezar con las acciones comunicativas, sociales y de convivencia.
            Conocerse a sí mismo no tiene sólo el valor espiritual que le asignan un gran número de religiones y sectas religiosas, sino que habla también de conocer nuestros propios límites en razón de las utilidades que podemos ofrecer a la comunidad; y está justamente en el “ofrecer” el nudo que une esta sentencia con la anterior. Cuánto más nos conozcamos, mejor nos vamos a desenvolver social y laboralmente en la comunidad y esto redundaría en convertirnos en seres “solidarios y cooperativos”, es decir, estaríamos apoyando la idea de convertirnos en seres “comunitarios”.
            Conocerse a sí mimo implica un gran trabajo y esfuerzo que sólo puede realizarlo cada uno y de forma individual. Es una introspección hasta nuestra pura esencia para delimitar y hacerse cargo de los defectos y de las virtudes que nos definen. Nadie nos puede ayudar, sólo puede haber alguien que nos guíe o que nos muestre el camino, pero dicho sendero debemos recorrerlo solos, y la puerta que se halla al final, sólo nuestra mano puede abrirla.
            Según mi propia experiencia, puedo afirmar que el sacrificio en pos de los demás es uno de los caminos posibles hacia ese interior que nos espera. La tarea comunitaria, el sacrificio desinteresado, las acciones no egoístas, el dar sin esperar retribución, etc., son sólo otros de los caminos posibles, nuestro deber es encontrar el nuestro y practicarlo honesta y desinteresadamente para unirnos a nuestro yo interior. Sólo él es capaz de decirnos cuáles son nuestros límites, nuestros errores, nuestras virtudes y nuestros defectos; sólo él, porque es el único capaz de hablarnos con total franqueza, sin tapujos y sin piedad; sólo nuestro yo interior es el capaz de transformarnos de seres civilizados en seres comunitarios, pues el camino que hemos recorrido ya nos define como personas, sólo falta unirnos con nosotros mismos para determinar (sin error posible porque es algo natural), nuestro verdadero estado de pureza comunitaria.
            No estoy proponiendo nada chamánico, orientalista, religioso, sectario, cofrádico, etc., sino algo tan natural como nacer, crecer, reproducirse y morir. Más aún, no estoy proponiendo nada nuevo, ya Aristóteles, padre de la filosofía, sentenciaba lo mismo hace más de 2500 años.
            Sólo conociéndonos a nosotros mismos seremos capaces de conocer, en toda su esencia, al otro. Sólo ayudándonos a nosotros mismos estaremos en condiciones de ayudar a los demás. El día que estemos repletos de paz interior, de justicia, de equidad, estaremos en condiciones de salir a desplegar nuestros atributos para beneficio del resto de la comunidad.

lunes, 31 de enero de 2011

Volver a la esencia

La historia de la humanidad es contundente: a ningún lugar nos ha llevado la cosificación del hombre. El hombre tomado como objeto (para votar, para la guerra, como experimento fármaco-lógico, como masa para estudios sociológicos y económicos, etc.) ha sido (y es aún) tan antinatu-ral como caer en la ficción de darle vida y pensa-miento a un objeto cualquiera. En esto nadie du-da un instante, sentimos el ridículo, el grotesco, el absurdo, cuando un objeto cobra vida y pacta-mos con el autor, de manera inconsciente, la ficción de la propuesta; el ejemplo más notorio de lo que estoy diciendo serían los dibujos animados. Pero, ¿actuamos de la misma manera cuando la ecuación se invierte? ¿pactamos con el autor de la cosificación del hombre? Quizás algunos, al leer estas líneas se sientan indignados, pues bien, son estos mismos los que permiten la cosificación del hombre; es más, la gran mayoría de la gente que habita nuestro planeta son partícipes de dicho pacto por omisión, es decir, por no hacer nada para impedirlo. Todos los días vemos como los hombres son tratados como “cosas” y nada hacemos para impedirlo; más aún, cotidianamen-te sentimos como nos cosifican y nada hacemos para impedirlo, ¿es que acaso hemos involuciona-do tanto que permitimos dicha barbarie? ¿o lo permitimos sólo para que nos dejen en paz, por comodidad, por esconder la cabeza bajo la tierra? ¿hasta cuándo? En algún momento debe-mos desenterrar la cabeza para respirar aire puro, pues bien, lo que propongo es que cuando sa-quemos la cabeza de la tierra nos detengamos un momento y miremos alrededor, vamos a encon-trarnos con un paisaje desolador y con un senti-miento de culpa arrollador porque hemos sido nosotros mismos quienes permitimos que este nefasto sistema se instale y fuimos nosotros mismos también quienes enterramos la cabeza en la are-na.
            Siguiendo con la metáfora, una cosa es un ñandú de cuerpo entero y sin dudas de su sentido de pertenencia a un grupo o a una especie, con todos sus errores de diseño y todas sus virtudes; y otra cosa distinta es el mismo animal con las patas abiertas y la cabeza escondida en la tierra. En el primer caso, sentimos la dignidad del animal, la rectitud de su especie; en el segundo caso, observamos la ridiculez del acto, el grotesco, la mediocridad patética. Pues bien, no nos veamos tan lejos de la actitud del ñandú: algunos humanos, pocos para mi gusto, observan erguidos el horizonte que los llama, en ellos se puede observar la rectitud de la especie, la dignidad humana, estos seres humanos fueron llamados a ser humanos para beneficio de los demás (pues rara vez obtienen beneficio propio), si no fuera por ellos la especie humana viviría aún en la Edad de Piedra, seres humanos solidarios, cooperativos y, sobre todo, desinteresados. Pero también, están los otros, los seres no-humanos que esconden la cabeza bajo tierra y se olvidan que el mundo sigue girando; buscan el beneficio personal en el sacrificio del otro; seres egoístas que no entienden o, peor aún, malinterpretan el concepto puro del cooperativismo transformándolo en una empresa lucrativa sólo para unos pocos; personas que han olvidado la necesidad moral de la dignidad y que dicha dignidad se canaliza a través del trabajo honesto y solidario.
            No me cabe la menor duda que debemos volver a las fuentes, es decir, sentirnos primarios nuevamente, dejar salir el instinto humano de la especie, de la preservación de la especie, y ya entonces no habría dudas sobre cuáles serían los derechos y deberes naturales que se deben observar para vivir en comunidad. Debemos dejar de ser “civiles” para empezar a ser “comunitarios”; la civilización sólo ha servido para conquistar, para oprimir, para subyugar el cuerpo y el espíritu de muchos en beneficio de unos pocos; la comunidad, en cambio, habla de grupo, de unidad, de ayuda mutua, de deberes morales naturales que no han sido impuestos por alguien o por algunos, son deberes y derechos que comulgan con la participación, la tolerancia, la cooperación, que invitan al hombre a la solidaridad, a la unión, al trabajo, es decir, el ser comunitario nos devolvería la dignidad, mientras que el ser civilizado (nos ha mostrado la historia de la humanidad) lo único que nos ha devuelto es sangre, egoísmo, intolerancia, discriminación y desunión. El ser civilizado debe respetar innumera-bles normas de convivencia que, muchas veces, o son ridículas, o apenas conoce; son tantas que se necesitan de personas capacitadas (abogados) para que nos lleven adelante juicios larguísimos que, pasado el tiempo llegamos a olvidarnos de qué se trataba el litigio. El ser civilizado se siente agobiado y oprimido por miles de leyes que le dicen cómo tiene que levantarse, lavarse los dientes, desayunar, cómo tratar a su esposa, cómo tratar a sus hijos, cómo trabajar y, finalmen-te cómo debe acostarse. Este tumulto de leyes no sólo son reiterativas y ambiguas si no que cada vez son más a medida que van surgiendo proble-mas menores pero que no están contemplados en ninguna ley; entonces la maquinaria burocrática debe comenzar a moverse siempre lentamente (poder legislativo) para legislar una ley que contemple ese caso en particular. Finalmente, rodas estas leyes redundan en la antiquísima sentencia: “trata a los demás como desees que te traten a ti mismo.”
            El ser comunitario se basa únicamente en la sentencia antes mencionada; no requiere de un basto conjunto de leyes que le digan cómo debe tratar a los demás, o cómo debe vivir su vida, y muchísimo menos debe apelar a un paquidérmico aparato burocrático (poder legislativo) que le dirá, en decenas de años, que estaba equivocado o que tenía razón. Ni que hablar de los descartables intermediarios (abogados) que se necesitan para observar que estas leyes se conozcan y se usen en defensa de una parte o de la otra. Por supuesto, tampoco haría falta otro aparato burocrático y represivo (la policía) que se ponga en funcionamiento cotidianamente para observar que las leyes se cumplan como es debido. Justamente en estas tres patas opresoras y represi-vas: el poder legislativo, los abogados y la policía, se desea enmarcar al ser comunitario transformán-dolo en un ser civilizado; llevándolo de las narices se les hace creer que “la civilización es la meta de todo ser humano y que, todo ser humano debe ser civilizado”.
            No voy a caer en la discusión de que el ser civilizado es también un ser culturizado, educado, responsable, eficiente, comunicativo y social. Pregunto: ¿acaso las comunidades que hemos conocido a lo largo de la historia no fueron también grupos de seres humanos culturizados, educados, responsables, eficientes, comunicativos y sociales? Lo que sucede es que como se apartan de la idea que occidente tiene de “civilización” se le llama salvaje o cualquier otro adjetivo peyorativo, pues no cumplen con nues-tros rituales civiles, sociales o religiosos.
            Nada mejor nos puede pasar que volver a la esencia comunitaria internacional para sentirnos verdaderamente dignos y ganarnos cada día el derecho de habitar este suelo. Sin rituales, sin leyes, sin aparatos represores y/u opresores, sin intermediarios, sólo nos basta con observar la sentencia que durante siglos han mantenido a comunidades enteras viviendo en armonía: “no le hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti.”

miércoles, 26 de enero de 2011

El ser humano como valor central

              No pretendo caer aquí en la banalidad de tomar al ser humano como eje y centro del universo. Ya pasamos por esa etapa y, salvo las obras de arte producidas, fue toda una calamidad política y económica. Sin embargo, quedaron entre nosotros algunas palabras vertidas por los lúcidos que siempre se encuentran en cada época o período, y que mencionan la posibilidad de un humanismo más allá de toda discusión ideológica. No quiero referirme aquí a la beligerancia de sus ideas ni al extremismo de sus expresiones, sino al germen, a la semilla oculta detrás de toda cuestión; por supuesto, me refiero al Ser Humano como “valor” central.
            Debo aclarar que cuando hablo de “valor”, me refiero al ser humano como “validado”, admitido, centrado en el mundo como eje importante por donde deberían pasar todas las decisiones que se tomen respecto al mundo y sus consecuencias.
            La validez, como tal, implica la aceptación de algo como primordialmente útil para una función determinada. Según una de las acepciones de la palabra “válido” refiere a la “…persona a quien un soberano o gobernante concede su confianza y favor y en virtud de lo cual ejerce una extraordinaria influencia en el ejercicio del poder.” He tomado esta acepción para explicar con claridad a qué me refiero cuando hablo de ser humano como “valor” central. Comparto en casi la totalidad de la cita, salvo cuando menciona la palabra soberano o gobernante, porque habla de una tercera persona en el ejercicio del acto mismo. La idea que propongo es que cada uno sea su propio soberano o gobernante para darse validez a sí mismo (y, por supuesto, a cada individuo del clan) y ejercer en nosotros mismos las influencias del poder. El poder en tanto como el “poder hacer”, el poder realizarnos y permitir realizarse al ser humano que tenemos a nuestro lado.
            La idea de ser “soberano” de uno mismo implica gobernar nuestras ideas, nuestros pensamientos y nuestros actos, a fin de obtener un beneficio conjunto entre la persona de uno mismo y el resto de la comunidad. Al gobernarnos, ejercemos sobre nosotros y sobre los demás, y de forma natural, una serie de “leyes” que nos “obligan” moralmente a actuar en beneficio propio y del resto, sin detrimento de uno sobre el otro.
Pareciera incongruente el párrafo anterior, porque si hablamos de libertad, ¿cómo es que hay “leyes” que gobiernan nuestros actos? Pues bien, así es, y no es para nada descabellado que se verifiquen ambos conceptos en el momento exacto de elegir. Por ejemplo, nosotros no “gobernamos”, racionalmente hablando, nuestras necesidades fisiológicas, es nuestro propio cuerpo quien nos “gobierna” biológicamente y no tenemos elección posible por más libres que seamos, tenemos que solucionar el conflicto antes que el conflicto nos empape la investidura. De la misma manera, cuando nos “gobernamos moralmente”, seguimos, de manera natural y a la vez obligada, una serie de leyes que se admiten como soberanas de nuestro accionar. Pongamos como ejemplo la ley natural de “no matarás”; un individuo en su sano juicio y con los valores humanos profundamente arraigados, sería incapaz de hacer daño (y mucho menos matar) a cualquiera de sus semejantes. Se trata de una “ley moral” que debería ir más allá de cualquier ideología, bandera o frontera. ¿Por qué? Pues porque el “ser humano” prima como valor central y no hay razón en el mundo que permita la ejecución de un ser humano a favor de la justicia o cualquier otro valor secundario.

martes, 11 de enero de 2011

¿Por qué "Humanismo"?

             Millones de años han transcurrido desde que el primer hombre se alzó sobre sus piernas para caminar erguido. Las manos quedaron libres, y las células del cerebro enloquecieron buscando una actividad que las justifique: recolectaron frutos, crearon herramientas, hallaron el fuego, constru-yeron armas para la caza y, lo más importante, se unieron cooperativamente para vivir en primitivas sociedades. Es cierto, precarias en sus comienzos, las comunidades surgieron a la luz de la obtención de los alimentos necesarios para su subsistencia; no obstante, con el transcurrir del tiempo, el ser humano comprendió que la comunidad era muy útil en otros aspectos de la vida cotidiana: algunos individuos del clan se dedicaban a pintar en las cavernas los animales que había en determinada zona y la forma más efectiva de darles caza; otros individuos, más hábiles con las manos, se dedicaban a confeccionar las armas para la cacería; otros habían entendido el secreto del fuego; algunos cuidaban de las crías; otros, ágiles y fuertes, cazaban para ellos y para el resto; no obstante la división de tareas, todos, absolutamente todos, comían la misma ración; nadie se creía con el derecho de quedarse con la mejor parte de la caza, ya que todos habían colaborado para que el animal cazado y cocido estuviese servido en la hoguera del clan. Así, las actividades fueron divididas según las habilidades de cada individuo, logrando, de esta manera, que cada comunidad sea más productiva y, sobre todo, autosuficiente. Es cierto que en cada comunidad se producían disputas por el liderazgo del clan para obtener mejores raciones de alimento o mayor cantidad de hembras. No obstante, creo, esto sucedía por imitación de lo que veían a su alrededor: cada manada de animales tenía un líder y había una disputa de poderes. Además, estos casos tampoco se apartan demasiado del ser cooperativo: si bien es cierto que líder recibía la mejor ración de alimento y la mayor cantidad de hembras, a cambio, el líder debía guiar y proteger al grupo de elementos foráneos. Es decir, se trataba, ni más ni menos que de un trueque de servicios.
            Cada individuo era importante para su tribu, eso implica un humanismo, precario, es cierto, pero en su germen, cada ser humano pensaba en sí mismo y en su compañero.
            El humanismo, como su denominación lo indica, pone al ser humano como valor central entre todas las cosas. Cada individuo es el vórtice en donde todo desemboca. El ser humano está más allá de todo: de la vida, de los dioses, de los rituales. Y, como tal, debe ser respetado y cuidado por sus semejantes como eje central de un todo.
            Siempre tuve la idea de que si cada uno de nosotros se ocupara del ser humano que tiene a su lado (cuidarlo, protegerlo, alimentarlo, educarlo, etc.) formando así una cadena mundial, no habría orfanatos, ni geriátricos, ni guarderías, ni nada que se le parezca. Todos tendríamos a cargo uno y sólo un ser humano a su cuidado, formando así una gran cadena universal de manos que se ayudan. Pero, por desgracia es otra de mis utopías.
            No obstante, y más allá de las utopías, debemos tener en cuenta que antes de ser hijo, obrero, padre, abuelo, etc., cada persona es un ser humano y tiene que ser tratada como tal.

jueves, 6 de enero de 2011

Palabras iniciales

Estas páginas no pretenden sumar un movimiento político más, ni si quiera son el esbozo de una ideología (aunque toda idea que se exprese se transforma en una ideología). Todo el mundo sabe (salvo unos pocos agraciados) que el sistema ideológico y político capitalista se encuentra en una grave crisis de valores. Lo vemos a diario y en los momentos más inofensivos de nuestra vida. Desde las directivas que bajan del gran país del norte para hacer pedazos la educación y la economía en los países en vías de desarrollo, hasta en detalles subliminales como el famoso trago “Cuba libre”: Ron (bebida típica cubana) y Coca Cola (Bebida típica de los EEUU), es decir nos bebemos la “libertad” de Cuba en un trago.
Se profundiza año tras año la brecha entre los pocos bienaventurados y el pueblo sediento de un futuro mejor.
No tengo la menor duda, el sistema que estamos padeciendo tiene pocas horas de vida; los gobiernos que así lo entendieron están abocados a la tarea de acelerar el proceso de decadencia, por caminos distintos, es cierto, pero algo están haciendo, y eso ya es positivo.
Cómo decía, no intento sumar una voz más, estas líneas son sólo reflexiones, pensamientos, un intento de evocar viejas tendencias sociológicas, que tuvieron cierto éxito en su momento, y quizás hoy puedan aplicarse. Claro que para ello debemos partir de un cambio de pensar el camino, debemos abrir la mente de cada individuo para atesorar aquellos valores que alguna vez nos hicieron dignos. En síntesis, debemos cambiar la mentalidad de cada persona y, para ello cada persona debe internalizar la voluntad de cambio para que la propuesta que medito tenga el éxito esperado.
Insisto, tengo muy en claro que todo este material no es más que una utopía como tantas otras. No obstante, me siento obligado a dejar un legado (aunque sólo sean palabras) para hacer conocer a las persona de buena voluntad mi forma de ver las cosas y las ideas que propongo para (creo) mejorar el estado de situación en que se encuentran los países mas empobrecidos del planeta.
No tengo soluciones, sólo ideas; no tengo propuestas, sólo reflexiones; no tengo más que pensamientos volcados en un papel. Quizás sirva a alguien de modo de vida. Con ello me sentiría satisfecho.


miércoles, 5 de enero de 2011

Bases fundamentales del pensamiento Hucolista

1)     Palabras iniciales
2)     ¿Por qué “Humanismo”?
a)    El Ser Humano como valor central
b)    Volver a la esencia
c)    “Conócete a ti mismo"
d)    ¿Democracia?
3)     ¿Por qué “Cooperativista”?
a)    Qué es una “célula cooperativa”
b)    Trabajo y Labor
c)    Instituciones y jerarquías
d)    Cooperación y unidad
4)     ¿Por qué “Libertario”?
a)    La “Libertad” del Ser Humano como objetivo final
b)    Derechos y obligaciones
c)    Libertad y libertinaje
d)    La “No-Violencia” es el camino
e)    Conclusiones
f)       Palabras finales
5)     Hucolismo y sociedad
a)    A modo de prólogo
b)    Hucolismo y sociedad
c)    Cómo enfrentar la cotidianeidad
d)    Los miedos
e)    Los conflictos
f)       Deberes y derechos del ser libertario
g)    El plan cooperativista
h)    El plan comunitario
i)        Las preguntas más frecuentes
j)        La diferencia con otras bases sociales
k)     Hucolismo y futuro social
l)       Las bases de un proceso de transición
m)  La afirmación del Hucolismo como modo de vida
n)    El sacrificio del ser hucolista
o)    La ayuda comunitaria
p)    Tolerancia y acuerdos
q)    Conclusiones
r)       Palabras finales
6)     Hucolismo y formación
a)    ¿Qué es una escuela?
b)    ¿Qué es un colegio?
c)    ¿Qué es un EFF
d)    El “ser formador” y el “guía comunitario”
e)    Los seres en formación
f)       Definiendo la educación
g)    La política educativa del norte
h)    Fallos de los modelos educativos
i)        Un posible modelo “formativo"
7)     Hucolismo y justicia
a)    El sistema judicial actual
b)    Hucolismo, política y justicia
c)    Las relaciones con otras áreas
d)    La “equidad” hucolista
8)     Hucolismo y seguridad
a)    Sentirse seguro
b)    Por qué están las fuerzas de seguridad
c)    La mano de obra desocupada
d)    ¿Un mal necesario?
e)    Hucolismo y seguridad
9)     Hucolismo y salud
a)    La urgencia de un modelo en salud
b)    La depredación pública
c)    El negocio de la salud
d)    Un plan de salud para todos
10)Hucolismo y religión
a)    Hucolismo y religión
b)    La religión como parte de la cultura de un pueblo
c)    Las instituciones religiosas
d)    Historias y mitos
e)    Símbolos y realidad
11)Hucolismo y cultura
a)    Hucolismo y cultura
b)    Tolerancia y discriminación
c)    Hucolismo y las bases sociales de un cultura comunitaria y cooperativa
d)    Cómo culturizar al ser libertario
e)    La cultura y los medios de información
f)       Las labores y la cultura comunitaria
12)Hucolismo y deporte
a)    Deporte y salud
b)    Deporte y sociedad
c)    Fanatismo anestésico
d)    Las políticas deportivas actuales
e)    El negocio del deporte
f)       El hucolismo y el deporte
13)Hucolismo y arte
a)    ¿Qué es el arte?
b)    ¿Cómo saber si un hecho es artístico?
c)    Las manifestaciones artísticas
d)    El arte y el pueblo
e)    ¿Cómo generar el gusto por el arte?
f)       El arte como medio de información
g)    El arte como expresión del futuro
h)    Política hucolista para el arte
14)Hucolismo y política
a)    La ideología hucolista
b)    El ser político hucolista
c)    Hucolismo y políticas partidarias
d)    Un posible modelo político
15)Hucolismo y economía
a)    ¿Qué es la “economía de un pueblo”?
b)    El arte de hacer economía
c)    Las relaciones económicas
d)    El sentido del dinero
e)    La economía solidaria y cooperativa
f)       Un posible modelo económico
16)Palabras finales